lunes, 10 de noviembre de 2014

¿Conformarme? No, gracias. Me gusta ser una oveja azul

El conformismo es el carcelero de la libertad y el enemigo del crecimiento”. 
John F. Kennedy

Nunca me gustó lo fácil. Los caminos rectos con una buena señalización siempre me parecieron aburridos, menos constructivos y definitivamente no eran para mí. Tampoco puedo negar que es lo más sencillo. Menos problemas, menos darle vueltas a la cabeza. Supongo que las circunstancias de mi vida y yo misma, como un conjunto, no hemos dejado que pasemos por esas avenidas.

Avenidas con muchas, muchas curvas y sin apenas señales es lo que estoy acostumbrada a recorrer. ¿Mi brújula? Mi sentido común. ¿Mis zapatos para recorrerlo? Mis principios y mis valores. ¿De qué me alimento mientras lo cruzo? De la vida, de lo que me hace de verdad feliz, de mis aficiones y no las de los demás.

¿Por qué conformarse con el camino fácil? Socialmente puede que esté más aceptado, está claro que si dejas ese sendero y optas por el otro van a crecerte enemigos en forma de malas hierbas, envidias y rechazos por ambos lados de la carretera. Pero no os preocupéis, tengo una buena hoz para que no me impidáis cruzar, porque no se trata sólo de caminar, es que si cedo a vuestros obstáculos dejo de ser yo, me traiciono a mí misma, y eso es un lujo que jamás voy a darme. Respeto demasiado mis valores y mis ideales como para tirarlos por gente que no me acepta. No quiero ser normal si eso supone ser lo que es ser normal hoy en día. Os respeto por conformaros, pero pido el mismo respeto para los que somos diferentes porque ya tenemos suficiente con hacer frente a los rechazos de muchos de vosotros. Y bueno, la gente que no me acepta me hace darme más cuenta que prefiero ser diferente o “extraña”.

No quiero conformarme con un trabajo que no me llena, con el que no estoy de acuerdo moralmente. No voy a emborracharme ni a drogarme porque es lo normal, porque es lo que algunos ven como “habitual en la juventud”. No voy a escuchar la música con la que nos bombardeáis en las emisoras de radio. No voy a compartir mi vida con una pareja que queréis meterme entre ceja y ceja por el simple hecho de no estar soltera. No voy a obligarme a encajar en un grupo de amigos si para eso tengo que dejar de ser yo.

¿Y sabéis por qué tantos no? Porque no me conformo, no quiero nada de eso. Quiero un trabajo que me haga feliz, que desarrolle mi creatividad, mis conocimientos y que me hagan enriquecerme de cultura cada día. Prefiero una buena cafetería y un buen café donde las conversaciones invadan el ambiente y pueden desarrollarse con total libertad sin que los hielos, los gritos y la vergüenza las interrumpan. ¿Por qué no un museo para admirar? A veces el silencio lo dice todo.

¿Cómo voy a conformarme con la “música moderna”? Lo siento, los clásicos son la verdadera música para mí. La música clásica, el folk, el jazz, el rock, el country… No insultéis mi pasión por la música obligándome a escuchar lo que ponen en las discotecas. Ahora mismo escucho a Johnny Cash. Él me inspira. ¿Te parece antiguo? A mí me parece un soplido de frescura entre tanto reggaetón.

¿No habéis ido nunca la frase “Los solteros son personas lo suficientemente inteligentes como para esperar a la persona adecuada”? Pues hacéroslo mirar porque ya basta de preguntas y de incordiar. A lo mejor has tenido suerte y has encontrado a esa persona, o simplemente te has conformado con lo primero que has visto; pero otros no nos conformamos. Sabemos lo que queremos, lo tenemos claro. Que a lo mejor nunca llega, quizás; pero no voy a caer en el miedo y estar con una persona que no me gusta, que no encaja conmigo, que no me aporta nada. ¿Que lo que busco no existe? Sí, existe, lo sé, así que no será tan imposible.

Fotos con miles de amigos en una red social y en otra, mil contactos en el móvil y sentirse parte del grupo. ¡Qué bonito! ¿Pero cuántos de esos están cuando necesitas un simple abrazo o una frase de apoyo en los momentos difíciles? Sí, la fotografía se va difuminando hasta que te quedas con los amigos de siempre, los que se cuentan con los dedos de una mano, los de verdad, los que te quieren por cómo eres, con tus defectos y virtudes. No compensa cambiar por formar parte del grupo porque yo no quiero presumir de tener muchos amigos, quiero poder estar orgullosa de que he elegido a los miembros de mi familia llamada amistad.

Es normal flaquear a veces, ya que tomar el camino largo implica más sufrimiento y hacer frente a más obstáculos. Yo misma he llorado por sentirme diferente, por sentir que voy a contracorriente del mundo, por verme como una oveja azul entre un rebaño plagado de blanco. Lloras, piensas, te mortificas a veces; pero luego hay una luz que te ayuda a levantarte y a ver que entre tanto blanco, eres la nota de color. Y levantas la vista y ves que no eres la única, que también hay otras ovejas de colores y que son como tú, que te comprenden y que luchan como tú, que no se rinden y que luchan por lo que creen y por sus verdaderos sueños.

¿Así que es bueno conformarse? No. ¿Es entonces malo? Tampoco. Son dos caminos diferentes, ni uno mejor ni otro peor. Son dos formas de ver la vida y de sentirla. Simplemente es suficiente con respetar al otro. No es difícil, ¿verdad? Es hora de que dejemos a la gente ser como es. Tú de una forma, yo de otra. Valores como el respeto y la empatía se pierden, pero bueno, que los demás los olviden no significa que yo deba hacer lo mismo, así que de nuevo hay tomar el camino difícil cuando intentas comprender a los que no son como tú cuando ellos te juzgan y te cuestionan sin conocer tu yo profundo.

Yo os animo a ser como de verdad os sintáis. Sólo siendo vosotros mismos vais a poder conseguir lo que os hace libres y os ayuda a crecer. Da igual ser ovejas azules, negras, blancas, moradas o amarillas; lo importante es que vosotros decidáis la que queréis ser y que respetéis a las demás porque puede que algún día las cosas cambien y pases de ser normal, a ser el diferente, y entonces lo comprenderás.

jueves, 8 de mayo de 2014

Gracias, errores.

"En la actualidad la mayoría de la gente muere de una indigestión de sentido común y descubre cuando ya es demasiado tarde que lo único que nunca lamentamos son nuestros errores".
 (El retrato de Dorian Gray, novela del autor irlandés Oscar Wilde)


“Lo único que nunca lamentamos son nuestros errores”… Una frase que en principio puede resultar una contradicción, pero sólo hay que dedicarle unos segundos para darnos cuenta que encierra una verdad tan grande que no todos saben descifrar.

Los errores son los actos que cometemos y de los que nos arrepentimos constantemente, lo que desearíamos borrar. Si nuestra vida y sus experiencias fueran un libro en el que se va escribiendo todo, los errores sería lo que rápidamente haríamos desaparecer con la goma rosada que se encuentra en el extremo de la punta del lápiz con el que escribimos todo lo que nos pasa hasta que dejamos de respirar. Pero es que esos errores son necesarios, son tan fundamentales como el aire que necesitamos para sobrevivir. Errar nos hace auténticamente humanos.

Los errores son fallos, no son actos de los que sentirnos orgullosos, pero es lo que nos ayuda a aprender, a mejorar. Es lo que nos va construyendo como personas, y lo que determina los siguientes capítulos del libro de nuestra vida. Así que si hacemos un repaso a nuestro pasado y recordamos esos errores, nos daremos cuenta de que gracias a ellos hoy somos lo que somos. Dan forma a nuestra sabiduría, y aunque en su momento pasáramos un momento malo, ahora los consideramos fundamentales porque gracias a ellos el libro cada vez es mejor, gana en calidad y humanidad. Todo lo que implique aprender tiene un lado positivo, y los mayores errores son la mejor lección de aprendizaje.

Con la primera parte de la frase no estoy al 100% de acuerdo. Creo que el sentido común jamás es malo, ya que al igual que los errores es lo que nos confirma que somos humanos, aunque cada vez menos gente demuestre poseerlo. Al final está todo enlazado porque los errores son los que provocan que tengamos ese sentido común. Pero sí que es cierto que a veces tener “tanta cabeza” nos limita a la hora de vivir nuevas experiencias y de seguir aprendiendo. Creo que para que ese sentido común permanezca sano, es bueno hacer pequeñas “locuras”, atrevernos a salir de la aburrida rutina de siempre. Si no lo hacemos, creo que al final acabamos volviéndonos locos. Así que sí debemos tener sentido común, pero como dice el grandísimo Oscar Wilde nunca puede llegar a indigestarnos.

Sea como sea, cada uno de nosotros es el que va escribiendo el libro de su vida. Somos nuestros propios escritores, y únicamente nosotros somos los que podemos reescribir el final.

Viviendo

"Sólo se vive una vez, pero si lo haces bien, una vez es suficiente"
 (Mae West; actriz, cantante, guionista y dramaturga estadounidense nacida en 1893).


La frase sobre la que hablo hoy me gusta mucho, y no porque me dé la razón, sino porque es como un guantazo que recibo cada vez que la leo. Un guantazo que me hace darme cuenta de que a veces no sabemos aprovechar la vida, que se van pasando los días y no nos damos cuenta. Es un pequeño estímulo que me ayuda a salirme un poco de la monotonía de siempre.

Todos deseamos hacer cosas diferentes, que dependen de los gustos de cada uno, y siempre nos quedamos con la espinita porque no llevamos a cabo esos deseos por miedos, cobardía o pánico al riesgo. Nos cuesta mucho desprendernos de las ataduras que por otro lado también son cómodas. Sí, eso mismo que nos ata también nos resulta cómodo porque aunque nos hartemos de permanecer estáticos también es la excusa perfecta para justificar no quitarnos las cuerdas que no nos dejan salir. Es la zona que controlamos, que conocemos a la perfección y que no incorpora ningún riesgo emocional, laboral, mental…

Nos gustaría viajar a decenas de países, cantar y gritar en medio de la calle, atrevernos a decirle a alguien lo estúpido que es sin escondernos detrás de un seudónimo, abrazar a personas que apenas conocemos pero que nos resultan encantadoras, olvidarnos de los prejuicios de la gente y decir sin reparo lo que pensamos, ser políticamente incorrectos… Y miles de cosas más que alguna vez se nos han pasado por la cabeza y que hemos evitado que salgan de ahí con todas nuestras fuerzas.

Da igual lo que queramos, debemos empaparnos de la vida lo máximo que podamos, no ponernos barreras ni límites, hay que creer en lo que hacemos, disfrutar de cada rato, saborear cada segundo que pasamos en este mundo, a veces absurdo, porque nunca sabemos cuándo será el fin. Y bueno, lo absurdo a veces es hasta sano.

Siempre me ha llamado la atención la expresión “volver a nacer” que se dice cuando alguien sobrevive a un accidente o a algún problema de salud. La vitalidad con la que algunos de ellos enfrentan de nuevo la vida me parece admirable. Para ellos es una nueva oportunidad de aprovechar al máximo todo lo que casi se pierden, y el resto somos tan estúpidos que ni siquiera nos damos cuenta de lo que tenemos y no valoramos.

Y ya no es referido a grandes cambios, es que ni siquiera conseguimos disfrutar de los placeres pequeños. Vivir la vida intensamente no tiene que significar hacer grandes locuras ni llegar al desfase. Perfectamente encaja en saber ver lo que tenemos y apreciarlo. El olor de un libro; el sabor de nuestra comida favorita; los gritos de los niños en el parque; escuchar música; aprender cosas nuevas; escribir una carta a mano; pasar tiempo con los amigos; sentir de verdad un abrazo o un beso; disfrutar del encanto del sol, el aire y el mar… 

Son tantas las cosas que cada vez pasamos más por alto que ni somos merecedores de éstas. Yo me incluyo, he pecado en ese aspecto y en muchas ocasiones no he sabido disfrutar de un momento concreto. Por eso esta frase me gusta tanto, porque me recuerda que estoy actuando de forma estúpida y que no debo olvidar nunca que hay que sentir cada momento porque nunca sé cuándo será el último.

viernes, 2 de mayo de 2014

Es hora de salir

"Cuando la gente se aleja de ti, déjalos ir. No significa que sean malas personas sólo que su parte en tu historia ya se terminó"
(¿Anónimo?)


En una entrada anterior ya hablé sobre si existía o no la casualidad cuando alguien nuevo entra en tu vida. Pero, ¿qué pasa con las personas que salen de ella? Dicen que cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Hoy esta entrada va sobre lo que se va, lo que por una razón u otra tenemos que soltar a lo largo del camino.

Duele, ¿verdad? Duele cuando algo o alguien va desapareciendo poco a poco de tu presente, de tu día a día, y en definitiva, de tu vida. Muchos motivos pueden ser los que influyan en ese adiós repentino o que se veía venir. De cualquier manera, siempre duele. A no ser que lo que se va no haya calado hondo en nosotros y su ausencia no suponga un cambio en nuestra vida. La distancia, la madurez, la imposibilidad de arreglar problemas del pasado, la pérdida de confianza, el comienzo de una nueva etapa en la vida… Son sólo algunos de esos motivos que provocan decir “adiós”.

Cuando es referido a personas, la cosa es indudablemente más complicada. Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué? ¿Qué ha podido pasar para que todo lo que hemos vivido, todo por lo que hemos pasado acabe en un recuerdo y dejen de crearse nuevos? Unas veces somos nosotros, otras veces es la otra persona. A veces los dos. ¿Culpables? Probablemente ninguno lo sea, pero sí que hay falta de interés por una o por ambas partes.

El otro día lo pensaba y me di cuenta de algo que nunca me había planteado. Siempre he creído que las relaciones, de cualquier tipo, empezaban a difuminarse con la pérdida de confianza, con los cambios de actitud que nos enfrentaban directamente con el otro (nuestro amigo, hermano, primo, pareja…). Y sí, ese es el comienzo del fin. Pero aunque eso suceda, aunque perdamos la total confianza en una persona extremadamente cercana a nosotros, hay algo que nos une. Siempre queda un hilo que nos mantiene atados.

Ahora creo que sé qué es lo que termina cortándolo, y es lo siguiente: aprender a vivir sin él/ella. Eso es lo que creo que provoca que hayamos dejado a esa persona en el camino casi sin darnos cuenta. Y es curioso, porque es algo que se hace de forma involuntaria. Un día te levantas y eres consciente de que no echas de menos a esa persona, que no tienes la necesidad de compartir cosas con ésta y que has aprendido a recorrer el camino sin su apoyo.

Algo muy duro, ¿no? Que notes que han aprendido a vivir sin ti. Sin embargo, todos hemos estado en el lado del que aprende y del que deja de ser importante. Al final nadie en esta vida es imprescindible. No nos engañemos, ninguno de nosotros lo es. Si salimos de la vida de alguien no va a hundirse para siempre por ello. Tampoco debemos querer eso, hay que seguir adelante. No debemos ser lo que provoque el hundimiento de nadie. Y es que al final, todo puede reducirse a lo siguiente: No imprescindibles, sí insustituibles.

Nadie es imprescindible, pero sí que hay personas que nos resultan insustituibles. Esas que sabes que dejarían un espacio si se van, y que nadie podría cubrir porque nadie encaja en él, únicamente está hecho para esa persona. A veces sólo somos conscientes de que ese hueco está vacío cuando ya se han ido (mal, debemos ser observadores y darnos cuenta antes de que se vayan). Otras veces creemos que lo son, y cuando ya no están apenas notamos su ausencia porque en realidad no han dejado un hueco, sino más espacio para gente nueva. Los insustituibles son los que se van y duele, los que incluso sin irse hacen que sufras por si algún día no están ahí. Sin embargo, ellos también pueden irse, y como he dicho antes, podemos aprender a vivir sin ellos.


Yo soy de las que piensan que todas las personas que pasan por tu vida te enseñan algo, ya sea para bien o para mal, para madurar o enloquecernos, para aportarnos experiencias y conocimientos, o incluso para reforzar nuestros principios y pensamientos. ¿Cuál es la diferencia? Que la gente normal nos enseña, los insustituibles nos marcan. Así que de cualquier manera, aprender a vivir sin una persona no significa olvidar lo que hemos vivido. Eso siempre quedará ahí, en nuestro pasado; pero es eso, pasado.

jueves, 24 de abril de 2014

Momento Keane

"This could be the end of everything. So why don`t we go, somewhere only we know"
(Keane, banda británica. Canción titulada Somewhere only we know y que pertenece al álbum Hopes and Fears)


Hoy me he despertado temprano, y como cada mañana automáticamente mi mente ha empezado a organizar todo lo que tengo que hacer durante el día. Sin embargo, justo antes de abrir los ojos y ver los reflejos del sol atravesando las aberturas de la persiana de mi habitación, me ha venido un pensamiento: Necesito escuchar a Keane. Así que mientras desayunaba, me he dicho a mí misma: “¿Cómo es que aún no le has dedicado una entrada en el blog a Keane? Ya estás tardando”. Y aquí estoy, dispuesta a regalar un trozo de este espacio a mi banda favorita, a mis ingleses favoritos.

Es curiosa la forma en la que comencé a escuchar al grupo en serio. Cuando añado “en serio” me refiero a que me puse a escuchar todas y cada una de sus canciones, disfrutando con cada uno de sus matices. No es que simplemente escuches una de sus canciones en la radio y pienses que son buenos, es el hecho de querer conocer más de ellos, de que se cree la necesidad de escuchar todas las composiciones que han creado y tocado.

Algunas personas creen en las casualidades, el destino o la suerte. La verdad es que no sé si creo en ello o no, pero en lo que sí deposito mi creencia es en los “momentos de lucidez”. Más que en el destino, pienso que tomamos decisiones o cometemos ciertos actos que son de gran lucidez. Puede que de forma consciente o inconsciente, pero movimientos inteligentes que nos permiten disfrutar de experiencias increíbles. ¿Y por qué cuento esto? Porque hace unos años tuve uno de esos grandes “momentos de lucidez”, y me permitió adentrarme en el fantástico mundo de Keane. Muchos años atrás yo ya había escuchado al grupo británico. 

Canciones como This is the last time y Everybody’s changing me cautivaron. Sin embargo, no sabía cómo se llamaba el grupo y en esos días sólo quedaron en mi recuerdo. El tiempo pasó, y a pesar de los años que pasaron entre esos días y la llegada de mi “momento de lucidez”, todavía esas letras rondaban en mi cabeza. Hasta hace tres años, cuando decidí que no podía posponer más ese momento y comencé a investigar. Busqué This is the last time en Google y encontré el nombre del grupo: Keane.

Desde ese instante dejaron de ser desconocidos, y esa palabra pasaría a ser, para mí, un sinónimo de happiness. Algunos diréis: “¿Cómo no los buscaste la primera vez que los escuchaste? No supiste valorarlos entonces”. No os quito razón. Y aún hoy me regaño cada vez que recuerdo la decisión de posponer mi “momento de lucidez”. No obstante, por otro lado me alegro. Y es que ahora, con más años vividos y más experiencia (y espero que con más madurez) es cuando verdaderamente soy, y somos, capaces de valorar las cosas de verdad. Cuando somos pequeños a veces nos cuesta saber qué es lo queremos, pero siendo adultos es algo que se tiene o se debería tener más claro. Y yo quiero a Keane en mi vida siempre. Así que Keane ahora forma parte de mi vida casi diariamente, y no puedo estar más orgullosa de ello.

Mientras pensaba en la manera en la que abordar esta entrada especial del blog, mi cabeza se puso en marcha y comenzó a buscar algún objeto con el que comparar al grupo haciendo así una pequeña metáfora. Sí, soy una adicta a hacer metáforas con todo lo que pillo. Pero entonces fui consciente que para mí Keane no se puede comparar con un objeto o con un sentimiento. Para mí Keane es la plasmación de un momento en música. Gracias a ese “momento de lucidez” que tuve, los conocí. Por lo tanto, no hay mejor manera de definirlos que como un momento en concreto. Keane es como una tarde de invierno en la que estás en casa, sentada en un sofá con un café en la mano y con una manta protegiéndote del frío. Con la otra mano tocas los cristales de la ventana de la habitación, que al otro lado muestran la lluvia más bella de todas. ¿Por qué este momento? Lo explico.

Keane es como ese aire frío que se cuela por debajo de la manta que te cubre. Esa brisa fría que te eriza la piel y te hace sentir cada uno de los poros de tu ser. Las canciones del grupo provocan esa misma sensación en mí. Sus bellas canciones me transmiten tanto que hasta mi piel tiene la necesidad de manifestarse. Pero Keane también es la manta, la que te protege de lo que te rodea, porque cuando los escuchas es como si estuvieras en el lugar más cómodo y seguro del mundo. Consiguen que olvides todo lo que ocurre a tu alrededor y te aferras a esa manta como si fuera el mayor de los tesoros.

El café también es similar al grupo inglés. Una vez que lo pruebas, te enganchas y no puedes prescindir de él. Es la energía que te levanta por las mañanas, es el olor familiar que te hace recordar buenos momentos, es el sabor diferente que sienta tan bien a cualquier hora del día. Keane es energía, pasión y sabor. ¿Sabor? Sí, porque cada una de sus letras hay que escucharlas con calma, despacio. Hay que saborear cada una de las notas que tocan, hay que experimentar con el sabor que se queda en el paladar y que con gusto repasas una y otra vez.

Pero sobre todo, Keane es como la lluvia que se muestra detrás del cristal: pura, natural, bella, cautivadora, fuerte y delicada a la vez. Es una tormenta que rompe los esquemas, pero también una única gota de lluvia que cae con sutileza. Y uno mismo, es ese dedo que se aproxima a la ventana, que toca con cuidado el cristal y que juega con la humedad y las gotas que van cayendo hacia el final del vidrio.

Entonces, se crea una fotografía, un momento… Una captura con cuatro lados con nombre propio: Tom, Tim, Richard y Jesse. Es ese momento el que define a Keane y que le hace diferente al resto. Y sí, cada grupo de música o cantante puede llegar a convertirse en una instantánea, pero sólo Keane consigue hacer magia. ¿Y sabéis por qué? Porque es el único grupo que hace que te quites la manta, que dejes el café, que le hagas frente al frío y que el dedo se aleje del cristal. Sales a la calle, lo haces con Hopes and Fears  y  sigues adelante. Entonces, abres la puerta y esa lluvia provoca que estés Under the iron sea, que no ahoga sino que reconforta. Y entonces la magia hace el resto. Todas esas gotas de lluvia se unen, formando una Perfect Symmetry que nos invade y que con una inconfundible sintonía forma una puerta, la entrada de un lugar maravilloso llamado Strangeland. Das el paso, entras y entonces llegas a un lugar que sólo nosotros conocemos (Somewhere only we know) y del que no querrás escapar nunca jamás.


                                    De izquierda a derecha: Richard, Tom, Jesse y Tim.
                                                     Fuente: Facebook de Keane

lunes, 7 de abril de 2014

El globo de la confianza

"La confianza en sí mismo es el requisito para las grandes conquistas"
 (Ben Jonson - Poeta, dramaturgo y actor inglés nacido en 1572)


¡Qué fácil resulta para algunos confiar en ellos mismos, y qué difícil es para otros! Lo que es la vida. Lo que para algunos es algo tan común, para otros supone un paso que sólo son capaces de dar a lo largo de mucho tiempo. Y algunos, desgraciadamente, ni siquiera lo dan en el largo camino de la vida.

Trabajar, estudiar, vivir… Tareas tan cotidianas que en ocasiones ni nos preguntamos la manera en las que las desarrollamos. Estamos tan absorbidos por otros aspectos que dejamos a un lado si hacemos bien nuestro trabajo e incluso si lo disfrutamos. Y muchas veces no es porque no nos guste, sino porque no sabemos darnos a valer. Pensamos que no estamos hechos para ello o estamos convencidos de que siempre hay alguien mejor. Y sí, siempre habrá una persona que destaque por encima de nosotros y al que nos gustaría parecernos. Pero esto no trata de ser como él o ella ni de sentirse inferior, la vida y el trabajo va sobre confiar en uno mismo y demostrarnos que podemos hacer grandes cosas, que no tienen que ser enormes para los demás, pero que para nosotros supone un gran paso y que nos ayudan a creer en nosotros mismos.

A la gente que opina que confiar en uno mismo es algo sencillo y que no entienden cómo alguien no es capaz de hacerlo, le doy la enhorabuena. Tenéis una capacidad increíble, pero un pequeño apunte: mantened los pies en el suelo porque la confianza es como un globo, y cuanto más lo inflemos más nos elevará. Sin embargo, nadie está a salvo de una ventisca en lo alto del cielo que atente contra nuestro “confiado” globo y lo haga romperse tan rápido que ni prevenimos la caída. Quizás el truco está en inflarlo despacio y sin ahogarnos, porque vivir pegado al suelo a veces nos limita a la hora de disfrutar de muchas cosas, y volar… Eso es lo que de verdad nos hace sentir vivos.

Disfrutar trabajando, reír y gritar cuando se nos ocurren ideas creativas, llorar cuando alguien se emociona o valora nuestro esfuerzo, saltar cuando alguien te reconoce por ayudarle en su proyecto… Son sensaciones sólo disponibles para los que se atreven a volar con un pequeño globo, pero que no debe flotar demasiado lejos por dos motivos: creérselo demasiado siempre es contraproducente porque nos quitamos el cinturón de la humildad, y porque al no estar tan alejados del suelo podemos seguir observando la realidad. Y es que las mejores ráfagas de aire para llenar ese globo, surgen de lo que vivimos estando en el suelo.

Suscribo totalmente las palabras del poeta inglés Ben Jonson: las mejores conquistas sólo se obtienen si confiamos en nosotros mismos. Y no lo digo a la ligera. Yo también he pasado momentos en los que no he creído nada en mí ni en lo que podía hacer, y tengo que reconocer que así no se disfruta verdaderamente  de lo que uno hace.

Hay personas que, por suerte, tienen al lado a alguien que les ayuda a motivarse y que les dicen constantemente lo que valen (aunque a veces no valgan tanto). Otros, lo tenemos más difícil porque sólo nos tenemos a nosotros mismos para luchar y darnos fuerza para entender que sí podemos y que somos capaces de hacer cosas que son importantes para nosotros. Y otro pequeño dato, cuando alguien nos lo dice –sin tener por qué hacerlo-  es porque de verdad hay algo en nosotros, y no son simples ánimos rutinarios que se quedan en palabras y no en auténtico apoyo.

Me gustaría añadir, porque me parece oportuno, otra frase. Esta vez de Les Brown y que da continuidad a lo que quiero dar a entender: “La opinión de la gente no tiene por qué convertirse en realidad”. Que algunos no crean en ti o no vean lo que vales, no significa que no tengas nada que aportar. Todos, creo que absolutamente todos, tenemos capacidad. Unos en unas materias y otros en otras, pero todos somos válidos. Lástima que gran parte de la humanidad carezca de un globo que les permita creer y avanzar. Y es que no vale sólo con serlo, sino que también hay que creérselo. Esa es la fórmula para lograr esas maravillosas conquistas. Ojalá viviéramos en una sociedad en la que se apuesta por ayudar a creer a los niños. No quiero ni imaginar cuántos talentos se han perdido porque nadie les apoyó ni ellos tuvieron la capacidad de hacerlo.

Así que lucha, cree,  porque nadie lo hará por ti, y la vida a pesar de que es larga, también es corta para desperdiciarla en torturarnos. Démonos la oportunidad de vernos tener éxito, triunfar, pero sobre todo de disfrutar de lo que hacemos. No seamos otro de esos talentos que desaparecen sin llegar a volar, porque si no valemos para una cosa, siempre lo haremos para otra. Y es que no hay mejor conquista que la que nos hace vivir, y para ello debemos atrevernos a confiar.



Fuente: Recursos TIC/Antonio Ortega Moreno

miércoles, 2 de abril de 2014

Se cierra el paraguas

"Chicos, nunca subestiméis el poder del destino, porque cuando menos te lo esperas, el detalle más insignificante puede causar un efecto en cadena que cambie el rumbo de vuestra vida"
(Ted Mosby - How I Met Your Mother) 


Esta entrada es un poco especial porque está centrada en el último capítulo de ‘Cómo conocí a vuestra madre’, así que si no has visto el episodio detente porque la reflexión de hoy contiene muchos spoilers.

Ted… Querido Ted. Hoy sólo puedo preguntarme por qué. Por qué no has aprendido la lección después de tantas caídas y tantos desplantes. Por qué no supiste aceptar el no y dejarla ir para siempre. Por qué te empeñas en estar con una persona que nunca te valoró y que, probablemente, nunca lo haga. Robin y Ted, la eterna historia de una pareja que a cientos de leguas se ve que nunca encajarán, y ya no porque son diferentes, sino porque buscan cosas muy opuestas.

Te entendía cada vez que veías a Marshall y Lily tan felices y comprobabas que tenían lo que siempre habías querido; sufría  contigo cuando fuiste testigo de cómo Robin se enamoraba de Barney; y perdía, al igual que tú, la esperanza cada vez que una chica llegaba a tu vida y demostraba que no estaba a tu altura. Había cosas que hacías y que no entendía, como buscar el relicario de Robin o empezar una relación con Zoey, pero a pesar de eso nunca dejé de creer en ti. Pero hoy, me has decepcionado. Yo misma he llegado al límite al que hace mucho tiempo debiste llegar tú. No, Robin no es buena para ti. No es una opción. Pero tú tontamente, como el primer día en que la viste, has caído rendido ante ella como el marinero al que mencionabas en esa mirada eterna en el bar.

Debo admitir que el final es realista porque la vida no es perfecta, y la muerte y los fracasos con las parejas están a la orden del día en cada rincón del mundo, pero no era necesario ese final. La aparición de Tracy, “la madre”, fue como una brisa de aire en pleno verano, como una gota de agua recorriendo una cara. Era el símbolo de la llegada de lo bueno, de la libertad; era lo que tú y todos necesitábamos. Y es que para mí la serie siempre fue Ted en mayúsculas, y necesitaba verle feliz. 

En cierta manera, porque yo necesitaba creer que -aunque fuera por una vez y en la ficción- las cosas salen bien por muchas tempestades que vengan. Estaba ansiosa por ver a Ted siendo el envidiado por otros por la felicidad que compartiría con “la madre”, una mujer que lo apreciara y lo quisiera como se merece, y con la vida que a él le haga sentir el hombre más afortunado del mundo. Sí, parece que los guionistas nos han vendido eso durante toda esta temporada, exceptuando los últimos cinco minutos de la serie. Cinco minutos en los que cada segundo es una puñalada a todos los que creíamos que Ted al fin sería feliz. Sin embargo , no es así. Y ahora también tenemos que convivir con el factor de que esa historia con Tracy tampoco era auténtica ni honesta, puesto que Ted seguía “enamorado” de Robin. Algunos lo han definido hoy muy bien en Twitter diciendo que eso no era amor, que era pura obsesión. Estoy de acuerdo. Tuviste a la mujer perfecta, que tristemente fallece, y la quisiste, seguramente mucho; pero tú seguías locamente obsesionado por la que nunca supo reconocer tu valía.

Esto me recuerda a la típica historia, de la que yo, estoy bastante harta: chico encantador termina con la guapa que nunca sabrá apreciar esos detalles que le hacen diferente. Ted era diferente, con un encanto que pocos personajes televisivos tienen. Sinceramente, era el único chico romántico al que yo podría aguantar porque él es interesante, es especial. Tracy parecía ser la afortunada y la justa merecedora de un hombre como él, pero al final nunca podrá conservar el premio. Y no, no creo que Ted deba guardarle luto para siempre, pero Robin, la mujer egoísta que ni aprecia a sus amigos y sólo mira por su interés personal, es la que se lo lleva a casa. Disfrútalo, pero sintiéndolo mucho cuando te vi asomarte a la ventana deseé que nunca hubieras entrado por la puerta del bar. Y Ted tiene más culpa que Robin porque al final él es el que se deja ser "usado", pero ya son muchas Robin, ya son muchas Scherbatsky...

Dicho esto, quiero apuntar una cosa que me parece fundamental: que Ted es Ted. Él siempre ha sido así, y en cierto modo es lo que le hace tan genial. Que es demasiado “tonto” y que no sabe apreciarse para mi gusto, sí; pero aun así es muy grande. Habría cosas que le cambiaría, pero quizás perdería su auténtica esencia. Y arriesgarse a perder eso, es arriesgarse demasiado.

Hoy me ha decepcionado, pero precisamente por su culpa no puedo dejar de creer en su personaje y, en cierto sentido, en lo que él representa. Ted nunca cambiará y yo tampoco podré dejar de creer en el maravilloso personaje que nos ha regalado HIMYM y el increíble Josh Radnor. Y al igual que empiezo esta entrada preguntándole a Ted por qué, ahora miro su foto con la maravillosa trompa azul y la comparativa del primer capítulo y el último, y a pesar de todo, sólo puedo decir: ¡Gracias!


                                                                            Fuente: vertele.com y blogs.elpais

viernes, 21 de marzo de 2014

Estúpida racionalidad

"La estupidez insiste siempre" 
(Albert Camus - novelista y periodista nacido en Argelia)

“Imbécil… Soy un/a completo/a imbécil” Supongo que muchos hemos pronunciado estas palabras, o al menos las hemos pensado, alguna vez de nuestra vida. Es ese preciso momento en el que te das cuenta que has sufrido una caída emocional, y que cuando aún permaneces en ese suelo plagado de sentimientos te sientes la persona más absurda del mundo.

Duele, y mucho. Sangras lágrimas de impotencia, escuece el no poder volver atrás en el tiempo y quema el no poder controlar esa herida de sentimientos que muy pocos llegan a dominar.

Cuando se es una persona emocional e impulsiva se siente ese dolor, aunque quizás ese grado de irracionalidad hace que las caídas sean habituales y en cierta manera se empiezan a sobrellevar. Evidentemente, nadie se acostumbra a ello, pero sí que creo que con el tiempo se va haciendo menos duro. Y también es el precio que se paga por ser impulsivo.

Sin embargo, la gente racional (entre las que me incluyo) frecuentamos menos ese tipo de tropiezos. Lo cual no quiere decir que no cometamos errores, todos metemos la pata en innumerables ocasiones independientemente del tipo de persona que seamos, pero la gente que piensa tanto y que no se sale de lo que se considera como una persona responsable tiene menos probabilidades de sentirse así. Y claro, cuando sí cae, porque siempre hay una vez para todo, es como si se desmoronara todo en cuestión de segundos.

Te miras a ti mismo y piensas: ¿Cómo he podido cometer semejantes estupideces? ¿Por qué no supe ser racional en ese momento? Y luego te das cuenta de que no hay posibilidad de volver atrás y seguidamente empiezas a comprender que tienes que aceptar lo que has hecho y cargar con ello. Tienes que aguantar el sentirte como una completa idiota y esperar frustrada hasta que la herida se vaya curando con el tiempo.

Y es que ser racional está muy bien porque te evita muchas veces el tener un comportamiento del que luego puedes arrepentirte. Ser una persona un poco fría es bueno, pero en sus respectivas dosis. Todo lo que sea abusar desemboca en una sobredosis no muy sana ni para la mente ni para el corazón.

Y sí, muchas veces nos cansamos de ser tan racionales, de no darnos ni un minuto de “relax”, de pensar siempre en hacer lo correcto, de evitar herir a otras personas y comértelo, de comprender e incluso de criticar el comportamiento ajeno y el propio… Nos cansamos de pensar y pensar, y guardarlo en una caja bajo llave que nadie abrirá; de estar siempre alerta para no decepcionar a quienes queremos; de ser el aguafiestas o el “sinsentimientos”  Nos cansamos, a veces, de esta estúpida racionalidad.

Por mucho que nos digan que es normal y que nosotros mismo sepamos que es algo típico del ser humano, el dolor sigue ahí. Las horas irán asesinando días que a nosotros nos ayudará a curar esa herida, y llega un momento en el que ese síntoma se difumina y por fin queda atrás. Y es que por muy racionales que seamos también hay muchos sentimientos dentro de nosotros. Los cuidamos mucho y por eso nos revienta que sean heridos. Pero nadie está a salvo de ser atacado; así que todos, seamos impulsivos o racionales, sufriremos heridas que nos harán sentir estúpidos. Porque la estupidez insiste siempre como bien dice Albert Camus, pero es una guerra que constantemente habrá que luchar.