Yo, la noche y mi música. El camino a casa
es aún largo, pero con mi banda sonora personalizada seguro que se hace mucho
más ameno. Un hombre sale despacio de una bocacalle. Me mira fijamente, sonríe
y empieza a caminar hacia mí. Decido dar media vuelta. Aligero el paso. Miro a
través de un cristal y veo que el hombre aún está detrás de mí. No quiero salir
corriendo por el momento, mejor actuar como si no sucediera nada antes que
darle pistas de que sé que sigue ahí.
Sigo acelerando el paso sin llegar a
correr. Todo está oscuro. No hay nadie en la calle. Los pasos cada vez están
más cerca. Casi los siento junto a mí. Es el momento. Salgo corriendo. No
importa hacia donde. Tengo que perderle de vista.
El hombre corre también. Parece que se
acerca. Intento ser más rápida. Me meto por otra calle. Tiro un cubo de basura
para impedirle el paso. El hombre lo salta con una agilidad inesperada. Grito.
Sigo corriendo. Me meto en un garaje. ¿Esconderme bajo un coche o despistarle
de alguna forma? El camino se me acaba. Tengo que decidirme. ¿Qué hago? Tengo
miedo. Me tiro debajo de un coche. Y ruedo para colocarme bajo el vehículo que
esté más cercano a la salida del garaje. El hombre me busca por el otro lado,
no sabe que me he alejado de aquella zona. Sigo rodando. No le veo. ¿Dónde se
ha metido?
¿Se habrá ido? Es el momento de salir
y correr de nuevo en busca de ayuda. Antes de poder hacerlo, oigo unos pasos.
Algo me coge de las piernas y me arrastra fuera del coche. Me ha cogido. Sujeta
un cuchillo y me mira con una risa psicópata. Es el fin. Cierro los ojos. La
música sigue sonando en mis oídos. Con la primera puñalada siento la canción
más fuerte. La segunda hace que deje de apreciar matices. La tercera, la
mortal, acaba con mi vida y justo entonces, la música deja de sonar.
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